Jueves, 1 de diciembre de 1949: abre sus puertas el Mercado de Argüelles. Una década después del final de la Guerra Civil, España atraviesa la última etapa del conocido como ‘primer periodo franquista’, caracterizado en el plano económico por el aislamiento internacional al que se ve sometido el Régimen, así como por una grave crisis permanente y por la escasez de todo tipo de bienes de consumo, empezando por los alimentos, que la autarquía impuesta por las circunstancias políticas no logra paliar. El país y la capital comienzan a recuperarse, poco a poco, de los estragos causados por la guerra.
El diario ABC, en su edición del sábado 3 de diciembre de 1949, daba cuenta a los lectores de la inauguración del nuevo Mercado de Argüelles: «Ayer por la mañana, las personas encargadas de la alimentación, y entre ellas muchas amas de casa a las que les gusta vigilar en todos los aspectos el asunto culinario, se encontraron con el nuevo gran mercado que despeja las calles de los antiguos y engorrosos tenderetes que las obstruían [...] Un nuevo, moderno, aséptico mercado, quiere decir higiene, pulcritud y conservación adecuada del género -viandas, pescados, frutas, etc...-, así como una presentación más atractiva de lo que se expende [...] Situado en la confluencia de las calles Tutor y Altamirano, con fachadas a ambas, mide 12.500 pies (1.161 m2). Tiene en el interior cincuenta puestos para carne, aves, pescado, huevos, etcétera, y doscientas bancadas para la venta de frutas y hortalizas, y en el exterior, trece tiendas [...] Consta de tres plantas en superficie y una en sótanos. Las dos primeras se destinan a puestos de venta para carnes, volatería, pescados, huevos, etc. La tercera, para frutas y verduras. En las plantas de sótanos van las cámaras frigoríficas y almacenes [...] La obra ha sido patrocinada por Inmobiliaria de Mejoras Urbanas SA, la cual es propietaria de este mercado, como lo es también del de San Fernando, en Embajadores».
Aún en activo (puesto nº 18), José Antonio Hermida conoció el Mercado siendo un niño. Su padre José y su tío Jesús ya instalaban un puesto de verduras en el solar donde más tarde se construiría el Mercado. La antigua casa de dos plantas que se levantaba en este lugar fue destruida por los bombardeos nacionales de 1936. «Anteriormente al Mercado, -recuerda- los puestos estaban hechos a base de tablones, que al mediodía se guardaban en los portales. La fila de puestos llegaba desde este solar -el del actual Mercado- hasta la calle Ferraz y antes de eso, durante la posguerra, se montaban en la calle Princesa. Al principio había 136 puestos en el Mercado, que no tenían luz, cada uno la instaló por su cuenta. El Mercado no tenía puertas exteriores y por la noches entraban gatos, que hacían su buena labor...».
Los puestos de entonces poco tenían que ver con los actuales: «Había muchos que sólo vendían un producto, por ejemplo plátanos, melones, cangrejos de río, manojos de perejil, verduras de los huertos que había en la ribera del Manzanares...», rememora Hermida. Él mismo acompañaba a su padre por las tardes a comprar por esos huertos los productos que al día siguiente venderían en el Mercado.
Antes de la Guerra Civil el barrio contaba con un mercado, situado en la calle Marqués de Urquijo. Tras la contienda, con la zona semidestruida por las bombas, el abastecimiento del distrito y de los pueblos periféricos -Pozuelo, Aravaca, El Pardo, Majadahonda...-, corría a cargo de los vendedores ambulantes callejeros (conocidos en la época como ‘puestos de primeras horas’), de los escasos mercados ya existentes y de otras soluciones como los economatos militares. Hoy cuesta imaginarlo, pero entonces los pueblos cercanos a Madrid carecían de tiendas, por lo que sus vecinos tenían que venir a la capital para abastecerse.
Ese fue un factor que favoreció durante muchos años al Mercado de Argüelles, ya que los autobuses de los pueblos tenían su punto de destino en la misma puerta del Mercado. Así lo recuerda Antonio Catena, comerciante ya jubilado que comenzó a trabajar en el Mercado a finales de los años 50: «Los autobuses llegaban cada 15 minutos, con 40 o 50 personas que entraban a comprar al Mercado. A veces no se podía ni andar por los pasillos de público que había. Hay que tener en cuenta, además, que en esa época el de Argüelles era el único mercado de abastos que había desde la Plaza de España hasta Cea Bermúdez». Catena, quien al igual que José Antonio Hermida ocupó la presidencia de la Asociación de Comerciantes del Mercado, se dedicó durante los primeros años a la venta de aceitunas y legumbres, para ampliar en 1967 a ultramarinos.
De aquellos primeros años, Antonio recuerda que el cobro del alquiler de los puestos por parte de la empresa propietaria se hacía «semanalmente, incluso diario para los cuatro vendedores que se ponían junto a las columnas de la planta inferior», y a personajes pintorescos de entonces como la señora Isabel, que voceaba sus «lechugas de arroba y media de la huerta del Tïo Pichirichi», el afilador («venían toreros a traerle los estoques y puntillas»), el hojalatero o el puesto de cambio de tebeos y novelas.
Narciso, padre de Juan Antonio Esteban, se trasladó desde Burgos a Madrid en 1939 y junto con su hermano se dedicó a la venta de verduras en uno de los puestos ambulantes que había en el solar esquina Altamirano con Tutor del que ya hemos hablado. Cuando se construyó el Mercado, los dos hermanos pudieron optar a tres bancas en las que al principio vendían sólo patatas. Juan Antonio recuerda que a finales de los años 50, «un kilo de patatas costaba quince céntimos de peseta (0,0015 €) y uno de tomates, una peseta (0,01 €)».
A mediados del siglo pasado las frutas y verduras escaseaban durante los meses de invierno, así que había que traer determinados productos -judías verdes, tomates o plátanos- que llegaban por avión desde Canarias a precios prohibitivos. José Antonio Hermida nos cuenta que a finales de los 60 un kilo de judías canarias podía llegar a costar 1.000 pesetas (6 €).
Como recuerdan nuestros veteranos comerciantes, el Mercado, desde siempre, tuvo buena clientela, como las familias adineradas de la zona de Pintor Rosales o las de los militares que vivían en Ferraz y Benito Gutiérrez. Pero en el barrio había también muchas familias numerosas, humildes, con diez o más hijos, y era frecuente que distintas familias compartiesen piso (habitaciones con derecho a cocina).
En aquella época (años 40, 50 y primeros 60), la compra de carne, pescado, verduras y fruta se hacía a diario. Los frigoríficos que había eran de hielo y no cabía la posibilidad de congelar los alimentos.
La gente hacía mucha ‘vida de barrio’, mucha calle, como recuerda Antonio Catena: «Nuestro veraneo era bajar al río a darnos un baño, reunirnos todo el barrio por la tarde en La Moncloa, o dar un paseo cuando se ponía el sol».